
Se ha ido Puerta, y algunos hemos quedado sobrecogidos, algunos hemos quedado perplejos y hemos notado dentro de nosotros algo de rabia, porque al chaval se le veía buen tío, sin ser un bufón de los que hoy rondan los campos de primera, se le veía un jugador serio que amaba a su equipo, y con una gran proyección.
No se lo esperaba nadie, y es que el ser humano tiene estos defectos de fábrica, una enfermedad que no se manifiesta hasta estas edades, y cuando lo hace estás jodido. Encima el chaval era del 84, como un servidor, y a los que nos gusta practicar deporte y andamos por estas edades nos vienen una serie de preguntas siniestras a la cabeza, pero se sabe que existen muchas formas de palmar y no podemos pensar en protegernos de todo lo que nos rodea.
Tampoco vale lo de decir lo malo que es el deporte, porque esta enfermedad aparece en uno de cada millón de atletas, y en uno de cada mil personas así que no hay excusa.
Se ha ido Antonio, contra su voluntad, dejando a su chica a la que le faltan dos meses para dar a luz a un pequeño Puerta. Se ha ido el que era merecedor del carril izquierdo de la selección. Se ha ido quién nadie esperaba que sería obligado a marchar, como cada día, se ha ido una buena persona. Se ha ido él, en lugar de Bush, de Aznar, del Rafita, Malaguita, y compañía de Toledo, del indeseable, y de los que venden caballo en mi barrio, de gente que insulta a la vida.
Por desgracia se marchan cada día personas que no lo merecen, porque esto es así de injusto, y nada se puede se hacer contra ello, solo recordarlas como gente buena, y aprovechar cada momento ya que nos damos cuenta de manera drástica de lo deprisa que va la vida sin esperarnos.
El corazón se apagó y el sistema dejó de funcionar, así de simple pero tan complejo, algo que acabas entendiendo pero que te duele hacerlo, ¿qué menos que un pequeño huequito para otra buena persona que nos deja?
Adiós Antonio.