
La había visto pocas veces pero él tenía la cabeza ocupada en otras cosas y un día cansado de lo demás se fijó en ella y pensó que no podía dejarla escapar, él no había hablado con ella nunca pero parecía una muchacha preciosa dentro de su sencillez, de su seriedad e incluso de lo que parecía su antipatía.
Bastantes días más tarde acabó por decidirse y pensó que mejor arrepentirse de lo que podía hacer que arrepentirse de lo que nunca hizo por cobarde. Comenzó a conocerla y a hablar con ella, a ella parecía que no le disgustaba la idea de ser deseada. Comprobó que además de guapa era inteligente y tenía personalidad, cualidad desconocida para la gran mayoría de las chicas de aquel lugar. Y fue acercándose a ella poco a poco, con cautela pero con decisión, hasta que llegó el día en el que volvió a decidirse desprendiéndose del miedo y haciendo de tripas corazón confesó. La chicuela no dejó nada en claro excepto su miedo a equivocarse y una puerta abierta como clavo ardiendo al que agarrarse, y se agarró.
La lucha que se avecinaba conllevaba impaciencia, un sin fin de interrogantes y el miedo a la equivocación, equivocación con dolor que él ya había sufrido en sus carnes. Pero era un reto interesante y si acababa consiguiéndolo obtendría un tesoro de valor incalculable.
Tras mucho tiempo de trabajo, de esfuerzo y de fe, cuando parecía que iba a caer derrotado acabó llevándose el gato al agua, consiguió su mayor tesoro, y él y ella acabaron juntos, recordando los esfuerzos, los momentos y el tiempo que había costado decidir algo tan sencillo pero tan valioso por eso en ese momento el resto del mundo no importaba.